6.8.11

Licencia para el ridículo II

Ya antes hablé de cómo estando frente al lente, sentimos que tenemos permiso de hacer cosas que sin éste no haríamos: cara, poses, incluso treparnos a monumentos o estatuas. La cámara invita a relajarnos pero acaso llega también a ser la excusa para la destrucción. Cuántas veces he visto a algún turista pararse donde no debe para que salga bien clara la foto del recuerdo que dice: yo estuve aquí. En fín, el tema da para mucho.

Sin embargo, ayer, mientras caminaba por Chicago con mi carreola por delante, caí en cuenta del otro gran promotor del ridículo: los niños. Quien va acompañado por niños, hace lo que de otra forma no haría. En parte se trata de tener un público agradecido, por ello, los niños han de ser pequeños. Ahí iba yo haciendo caras o sacando la lengua para que Jacinta se riera. El ir con un niño le dice a los demás, sí estoy haciendo esto, pero no se preocupen, no estoy loco, sé que es una tontería y no va dirigido a ustedes, es para este chiquitín que tengo enfrente y vean cómo le gusta!

Es lindo ver a los papás entretener a sus hijos, sacarles la lengua es un guiño para decirles, aunque vamos aquí entre tantas distracciones, sigues teniendo mi atención, sigues siendo prioridad. Es curioso que, algunas veces, sintamos que la forma de transmitir ese mensaje no sea a través de un cariño sino de una cara ridícula. No sé por qué sea, pero todos caemos.

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