6.8.11

Licencia para hacer el ridículo


Tengo una vista privilegiada. Desde la ventana de mi casa veo el punto donde el río Chicago hace una curva justo enfrente del wrigley building y la trump tower, emblemáticos edificios de la ciudad.
Veo también un par de puentes desde donde montones de turistas se retratan para después mostrarles a sus familias lo bonita que es la ciudad. Me he acostumbrado, pues, a ver varias veces al día a gente hacer el ridículo. Qué poder tiene ese pequeño aparato, no sólo de congelar el momento, sino de cambiar el comportamiento de las personas e incluso de crear realidades falsas, hasta ese momento inexistentes.
Ver a la gente brincar con las cuatro extremidades abiertas en medio del tráfico del medio día resulta de lo más desconcertante hasta que a escasos dos metros reconoces al fotógrafo. No, te dices, no está loco, se está haciendo un retrato. Es, de hecho, tan normal que ha caído en el mismo cliché que muchos antes de él.
Novios que venían discutiendo se detienen para sellar con un beso al momento de oír el click, anos después recordaran el viaje color de rosa.
La cámara altera cualquier situación de manera diferente para cada actor de la escena. Quien se ve detenido por un par de extraños deja de ser un empleado camino a su trabajo para convertirse en director artístico; el que puso en pausa su pleito pasó del enojo al amor, o así lo parece; o al que decide que es su oportunidad para hacer esa cara rara o esa pose chistosa porque tiene licencia para hacer el ridículo. Incluso a quienes están cerca, la aparición del dichoso aparatejo nos hace darnos cuenta de que lo que para uno es cosa de todos los días, para otro es razón para detenerse y exponer su personalidad.
Finalmente, la cámara cambia el momento mismo- después de la interrupción fotográfica difícilmente se retoma la conversación en el punto que se dejó - y transforma las memorias. Los recuerdos se plagan de lugares comunes: caras sonrientes, besos, abrazos. Y yo, no acabo de decidir si se pierde algo o se gana algo. Así que seguiré diciendo whisky de vez en vez y poniendome detrás del lente, que es donde mas cómoda me siento, y hasta que lo haga seguiré viendo turistas desde mi ventana sonriendo a extraños.

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