de cantantes y karma

Quienes me conozcan sabrán que soy medio amargada. Llevo esa "amargura" muy a flor de piel, lista a quejarme o a decir en qué no estoy de acuerdo en todo momento. Más que nada odio toda cursilería ridícula.

Pero como todo en esta vida, no podía escaparme del karma y mi karma me ha rodeado de cantantes que le cantan a la vida y que viven cantando. Quizá se trata de un esfuerzo de la vida por equilibrar la amargura con un poco de alegría, o simplemente es un castigo que he de sufrir. Lo más seguro es que sea una invitación: o te quitas lo amargada y cantas o te martillaremos con armonías todo el santo día.

Mi hermana, que aprendió a cantar antes que a hablar no se había acabado de despertar cuando ya estaba cantando y recitando la última película de Disney que había memorizado. Qué memoria la suya! Y así fui despertando al ritmo de la-a la-a la-a-a la la la la... como aconteció en mi historia ideal...

Más tarde serían ritmos más modernos como el bajo el mar o beauty and the beast. Está de más decir aquí que nunca he sido de despertar ligero y que es en las primeras horas del día que estoy en mi peor momento.

Años después acabé con un cuate atorado en los ochenta que canta todo el día y al que le gustaría vivir en un musical, le cambia la letra  a las canciones, es todo un compositor y no pierde la esperanza de que me una a su canción.

Al final, después de mucho tiempo, conseguí un trabajo, pero el karma cantaor no me dejó sola y me tope con un jefe que pasa de Juan Gabriel a un vals peruano, pasando por Serrat y se la pasa cantando.

Por otro lado, la vida es cruel porque cuando he decididó -las dos veces que he decidido- cantar he hecho un tremendo ridículo. Los dos coros a los que me uní me corrieron, uno con un sutil mejor no cantes y pásale las partituras a la pianista y el otro simplemente me lo pidió por favor. 

También dos profesores de guitarra quisieron renunciar y si no lo hicieron fue porque necesitaban el trabajo, pero su cara y el lamentable "progreso" o falta de que tuve en años de clases me llevaron a la triste realización de que carezco de un oído musical.

La verdad es que parte de la amargura es quererme quejar por quejarme, y si no tuviera a todos estos personajes dándole ritmo a mi vida no soportaría el silencio. Igualmente, cuando me quiebran y decido que si no puedo contra ellos, será mejor seguir la sabiduría popular y unírmeles, disfruto enormemente echarme un par de palomazos con mi pésima voy y sin ritmo alguno.