4.4.10

De nuestras celebraciones



Este año se celebra en México el bicentenario de nuestra independencia y el centenario de la revolución. Estando fuera de México no sé bien qué se dice al respecto, cómo percibe la gente la fecha o qué planes hay para festejar. Por otro lado, estando rodeada de historiadores he escuchado diferentes ideas y un par de discusiones al respecto.

Al parecer, el principal problema es que no sabemos qué festejar. Festejar que somos independientes tiene valor intrínseco, pero tenemos que decidir qué de lo hecho con esa independencia vale la pena conmemorar y reflexionar en qué ámbitos vale la pena cambiar el rumbo. La situación actual del país resulta complicada de valorar. ¿Podemos festejar el pasado sin festejar el presente? ¿Podemos festejar la revolución sin evaluar su legado?

Lo lógico sería que celebráramos nuestros éxitos recientes: nuestra democracia. Así lo propone Mauricio Tenorio en su libro México y sus celebraciones, y así lo dijo también Garciadiego en una conferencia recientemente.

Por qué no pudimos (podríamos) hacerlo? básicamente creo que hay tres razones: (1) Fox dejó ir la gran chance, no supo qué hacer con la democracia, y complica a los mexicanos de a pie reconocer el valor del cambio de sistema en el que la corrupción y la inseguridad siguieron iguales. (2) Calderón ganó por un margen tan chiquito que la democracia no es su bandera, no puede serlo. Si el gobierno de Calderón, al inicio, hubiera hecho gran fiesta por la “consolidación democrática” –lo pongo en comillas porque no entiendo bien qué es eso de consolidar la democracia- los gritos de espurio e ilegítimo se hubieran oído con más fuerza. (3) Calderón agarró la bandera de una guerra que lo dejó sin nada que festejar. Si estuviera verdaderamente ganando la batalla, podría decirse que es la tercera “gran guerra”, que estamos recuperando México. Pero, lamentablemente no es el caso y a esto hay que sumar la crisis económica mundial, la desigualdad, los secuestros y la inseguridad no relacionados con el narco: guerras que tendrían más probabilidad de ser ganadas pero que se perdieron por default.

Hasta aquí con la parte práctica. Ahora a sutilezas importantes:

- Cacofonía afónica
Festeja Garciadiego que por primera vez estamos frente a una celebración polifónica en la que diferentes partidos, diferentes ideólogos pueden expresar su punto de vista, puede haber discusión. Mientras esto decía apunté yo en mi libreta: polifonía o cacofonía y le contestaba otro profesor, “parece más una polifonía afónica”. No nos ponemos de acuerdo en qué festejar, ni en qué deberíamos discutir, es decir que no queda claro cuáles son realmente las diferencias entre los partidos, entre los ideólogos.

- La historia como leviatán.
Para Garciadiego, el mayor problema para festejar la revolución es que el PAN nunca simpatizó con sus héroes ni con sus ideas.
¿Cómo festejarla ahora como suya? La historia la construyó el PRI, es cierto, pero no pertenece más al PRI, pertenece a la gente: la historia como leviatán. La idea fue articulada en la conferencia, los héroes ahí siguen en el día a día, en las monedas, en los nombres de las calles y en la convicción popular los héroes son ya inamovibles.

- Estudio y uso de la historia.
No sé si se pueda o sea necesario reconciliar filosóficamente que en el uso de la historia se habla de verdades a medias con la sabiduría popular de que una verdad a medias es una mentira completa. El estudio de la historia, en cambio, da espacio para dar matices, explicar detalladamente los eventos, las personalidades.
Así, en la historia en uso, el gobierno podría haber recalcado la imagen de Madero por encima de la de Villa, haber puesto énfasis en ciertos aspectos que facilitaran la celebración. De haber tenido visión se habría preparado un presente afín. No puede desmontarse una historia (ver la historia como leviatán) pero puede matizarse.

- A fuerza ni los zapatos entran.
Haciendo eco de muchos otros comentarios, digamos que la celebración resulta forzada, a veces hipócrita, y, peor, algunas otras quiere vernos la cara. Susan Gzech ilustró el punto con la llamada Ruta Bicentenario, en la que los automovilistas puede ver letrero tras letrero celebrando dicha vía mientras cae sin cesar en los baches de las carreteras mal pavimentadas.

Pareceré pesimista pero en México los baches de la pobreza, la violencia, la falta de confianza en nuestras instituciones, nuestros representantes y políticos no pueden ser olvidados con fuegos artificiales, sin importar qué tan luminosos sean éstos.
Ahora, como dije antes, hay sutilezas importantes. Programas como Discutamos México, podrán ser un susurro apenas pero van por buen camino dando información, promoviendo el debate. Ya me contarán los que están en México, cómo se vive el año y en especial septiembre y noviembre.

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