26.6.12

De por qué voy con Josefina… y no con las alternativas

Por Jaina Pereyra (@jainapereyra)

En un acto de honestidad, debo comenzar diciendo que de 2008 a finales de 2011 trabajé en el Gobierno Federal y que este año he trabajado en la campaña de Josefina Vázquez Mota a la Presidencia de la República. Debo decir, también, que mis padres son académicos, que siempre me gustó la escuela y que toda la vida creí que me dedicaría a diseñar Política Pública para superar la pobreza. Estos últimos años han representado la entrada a un mundo desconocido, aquél en el que se ejerce la política; un mundo que, a estas alturas, a ratos todavía me parece profundamente ajeno.

En estos años he tenido la oportunidad de estar cerca de funcionarios de primer nivel. He tenido la suerte de trabajar para personas que han tolerado, hasta bienvenido, mi naturaleza crítica constante y mi idealismo, que de repente se parece más a una inmadurez remanente que a una cualidad. En estos años he participado de proyectos que tenían la agenda decidida de procurar cambios para fortalecer a la ciudadanía, como la Reforma Política y, también, me he sentido frustrada por saber que hay cosas que se hacen mal, por el hecho de que haya agendas que no encuentren apoyo cuando he creído que se justifican solas y, sobre todo, por la inconstancia e incompetencia de muchas áreas de gobierno.

Con esto quiero decir que, a pesar de haber trabajado en un gobierno y una campaña panista, estoy convencida de que los panistas tienen muchos pendientes en su gestión, muchas críticas que asumir y muchos cambios que ejecutar. Claro que me duele la pobreza y me duele la violencia, y me duele el cinismo de muchos en la clase política. Me duele el país en muchas de sus heridas. Y me duele la inequidad, y me duele la simulación y me duele la impotencia. Pero me duele más sentir que el país está tomando una decisión profundamente relevante con argumentos banales, con fundamentos falsos y con fantasías que no basta creer para que se cumplan. Con esto justifico este texto.

Por la naturaleza de mi trabajo, en estos últimos años me he dedicado a buscar elementos para demostrar que el PAN ha gobernado mejor que el PRI y los he encontrado en los rubros de desarrollo social y de estabilidad económica. He argumentado a favor de la focalización de los recursos en programas de transferencias condicionadas porque técnicamente se justifican, así como se justifica el sistema de libre flotación del tipo de cambio y una política restrictiva que privilegia el control inflacionario sobre el gasto para promover el crecimiento. No estoy de acuerdo con políticas de decreto de precios, incluido el salario. Reconozco que México hoy tiene una de las tasas más bajas de desocupación entre países de la OCDE y no me parece un logro menor, así como no me parece menor el control inflacionario, ni el cierre de Luz y Fuerza del Centro. Estoy convencida de que es benéfico que las devaluaciones en estos doce años hayan sido de mucha menor intensidad, más espaciadas y menos dañinas. Reconozco la actuación del gobierno ante la crisis económica de 2008 y creo que la dimensión de ésta no se ha comprendido realmente. Defiendo una tasa impositiva única y estoy convencida de que a los pobres debe compensárseles este cobro mediante el gasto público que tiene ventaja comparativa respecto a la recaudación.

He reconocido, también, los mecanismos de transparencia y rendición de cuentas impulsados por gobiernos del PAN, aun cuando sé que son incompletos e insuficientes. He agradecido la libertad de expresión, aunque en estos años también la he visto plantarse débil ante intereses políticos y económicos. He abogado por la lucha contra la delincuencia organizada que inició este gobierno, porque yo sí creo que un gobierno tiene la obligación ética de luchar contra lo que es ilegal, contra lo que causa temor, amenaza y desasosiego, a pesar de que he lamentado la violencia con la que se ha respondido y los evidentes errores y desaseos en los que se ha incurrido. También he asumido que no es una lucha contra las drogas, sino contra las estructuras que han ido diversificando sus áreas de operación a la trata de personas, el secuestro y la extorsión.

A pesar de haber escuchado en mi casa que los militares eran siempre símbolo de represión, participé con convicción en la defensa del Estado mexicano contra Rosendo Radilla y sigo defendiendo la presencia del Ejército en las calles, porque yo sí creo en las Fuerzas Armadas, en su honestidad, en su disciplina y en su entrega. He condenado, también, las violaciones a los Derechos Humanos que se han documentado y he defendido que han sido casos aislados y no una política generalizada. Recuerdo haber estado presente cuando a mis jefes se les notificaron los casos de la guardería ABC y del Casino Royale. Estuve en desacuerdo con la respuesta del gobierno en ambos casos por distintas razones, pero tuve la fortuna de estar cerca y de poder entender las decisiones que se tomaron y sus porqués.

Yo no creo, como dicen algunos, que el PAN haya representado más de lo mismo. Por lo menos no en muchas áreas que probablemente me resultan más relevantes que aquéllas en las que la aseveración es cierta. Tampoco creo que el PAN haya dado de sí. Creo que no hay un punto de agotamiento para la estabilidad económica, que, desde mi perspectiva, es el mayor acto de responsabilidad de este gobierno.

Creo que la situación hoy no es satisfactoria y que faltan muchos pasos para llegar a niveles de desarrollo aceptables, pero no me convencen las alternativas que se plantean porque, ya en la teoría, ya en la práctica, han demostrado ser equivocadas. Estoy convencida de que la democracia necesita volverse más funcional, que los incentivos deben reacomodarse, empoderar a la ciudadanía y promover competencia en muchas áreas. Creo que el PAN ha impulsado muchos de estos cambios necesarios y creo que la habilidad política ha fallado para alinear la cooperación. Sin embargo, creo que si otro partido creyera en eso, la cooperación se habría dado, que habrían demostrado merecer el gobierno por promover una mejor agenda y no lo han hecho.

Creo en la libertad. Así como otros creen en la equidad y otros más en el orden, yo creo en la libertad. Y creo que el gobierno tiene la obligación de generar las condiciones que permitan a los individuos actuar con libertad para escoger su futuro y diseñar su destino.

En diciembre del año pasado, también por naturaleza laboral, tuve que aprender acerca del Partido Acción Nacional. Mi primera gran sorpresa fue descubrirlo como un partido definido por la libertad. Ese partido que yo asociaba con la penalización del aborto y la condena a los matrimonios del mismo sexo, se había construido alrededor de la premisa de que la libertad es el valor social más relevante.

Cuando Josefina era precandidata y yo confiaba en que ganaría la contienda interna, me repetía que el PAN volvía a una esencia liberal, que qué tan conservador podría ser un partido que elegía a una mujer para que lo representara.

Jamás me planteé votar por Andrés Manuel. No tolero su incongruencia, su gobierno de voluntad y fantasía. No creo en eso porque he estado en gobierno y sé que ni la honestidad se decreta, ni la técnica es irrelevante. No soporto su forma intolerante de ver a quien piensa diferente, no soporto sus conclusiones de fraude, sus paranoias, su falta de seriedad, su soberbia. No soporto que manipule a los pobres, a los más vulnerables, que les prometa un bienestar que su política pública sólo amenaza. No soporto que tenga que mentir para convencer, que no pueda argumentar sin burlas, sin ficciones, sin descalificaciones. No creo en la política pública que propone, la poca que realmente es propuesta de gobierno y no un catálogo de buenas intenciones, porque estudié muchos años la evidencia para contradecirla. No quiero que sea Presidente porque valoro la libertad que hasta ahora tengo y Andrés Manuel cree que los regímenes que promueven la libertad son de pillos, de ladrones, de quienes se quieren aprovechar de los pobres. Eso no es cierto. Tampoco tolero su falta de posicionamiento en agenda de libertades sociales, acaso la que debería definir una candidatura de “las izquierdas”. Finalmente, le recrimino no haber usado el capital político que obtuvo en el 2006 para promover una agenda desde la oposición. Si tuviera tanto compromiso con “el proyecto alternativo de nación”, ¿no tendríamos que poder identificarlo por lo menos en algún intento de legislación? Reconozco, sin embargo, la atención constante a la pobreza en su discurso. Me parece insuficiente, pero la reconozco por relevante.

Tampoco me planteo votar por Peña Nieto. Porque no confío en él, ni en quienes lo acompañan; porque no me gusta el robo como política pública descarada, porque me preocupa el endeudamiento al estilo Coahuila. No me gusta Peña Nieto porque se ha opuesto a la reelección legislativa, revelando una comprensión poco ciudadana del gobierno. No me gusta porque creo que si el PRI regresara a los Pinos, va a ser muy, muy, muy difícil que se vuelva a salir. No me gusta su incultura, pero no me preocupa tanto como su falta de transparencia, de autenticidad. No me gustan los rasgos autoritarios que se han evidenciado en la campaña, ni me gustan los gobiernos locales encabezados por el PRI. No me gusta, tampoco, desconocer absolutamente qué tipo de gobierno proponen, qué tipo de ideales defienden; no me gusta que su única definición sea la indefinición. ¿Sigue siendo un partido revolucionario? ¿Es un grupo de tecnócratas? ¿Es esa tómbola que osciló entre unos y otros? Aquél que vota PRI, ¿qué proyecto de nación está suscribiendo? Pero reconozco la disciplina de su equipo y una campaña ordenada, orientada y fuerte, a pesar de todo.

Entré a la campaña de Josefina creyendo firmemente que es la mejor opción. Entendí todas y cada una de las críticas que se me plantearon a su candidatura. Que si era poco natural, que si su sonrisa era fingida, que si era “mocha”, que si el “diferente” era esquivo e insustancial, que si su equipo era de ineptos, que si sus primeros spots eran muy oscuros, que si los errores de la campaña. Las entendí y, algunas, incluso, las compartí, pero he estado convencida siempre de que tiene las características profesionales y personales que busco en un Presidente. Jamás la opción de votar por ella ha sido por eliminación o por conveniencia, sino producto de una activa convicción.
Yo sé que las propuestas de campaña son promesas no verificables, que hoy los ciudadanos no tenemos mecanismos para exigir su cumplimiento. Sin embargo, creo que en la propuesta misma se evidencia una concepción de lo que y cómo debe ser el ejercicio de gobierno. No me parece irrelevante que en los auditorios y consejos de expertos en los que se han calificado las propuestas, Josefina haya obtenido mayor puntaje que sus adversarios.
En estos meses, además, he tenido oportunidad de verla de cerca, de empaparme en su trayectoria; de reconocerla como una excelente funcionaria, porque he aprendido de su gestión, de su agenda y de sus embates. Pero también la he visto actuar en espacios de trabajo y de deliberación. Y me ha ido convenciendo más de mi decisión. Me gusta que escuche a todo el que se dirige a ella. Escucha con atención, reflexiona, adecúa, vuelve a plantear. Me ha sorprendido su capacidad para poner orden sin recurrir a los gritos, ni a las descalificaciones. Me gusta que sea pícara, que sea incisiva, que sea inteligente. Y me he admirado de la fuerza inconmensurable con la que trabaja jornadas extenuantes que pocos pueden acompañar a cabalidad. Fuerza física, pero también una fuerza emocional impresionante para aceptar las críticas de sus apoyos más cercanos, que, a veces, incluso en los días más aciagos, lanzan como metralletas.

Esta fuerza se ha vuelto más evidente cuando me he puesto a reflexionar que ha logrado llegar a donde está en un mundo que sigue siendo de hombres. Entiendo a quienes han criticado a Josefina por apelar a su naturaleza de mujer. Al inicio de la campaña yo también decía que no, que a las mujeres trabajadoras nos molestaba que nos dijeran que merecíamos algo sólo por ser mujeres; que se trataba más bien del reconocimiento de que, a pesar de que a las mujeres se nos exija el doble, hayamos llegado a avanzar lo suficiente para que se nos tomara en cuenta.

En estos meses, viendo las dinámicas de la campaña, recordando las dinámicas de gobierno e, incluso comparando con mis contrapartes en la industria privada, veo que me equivoqué, que sí merecemos algo por el simple hecho de ser mujeres y ese algo es que no tengamos que competir en condiciones de inequidad; que no lleguemos a juntas y se asuma que somos las asistentes, que no tengamos que resolver el fondo del trabajo para quedarnos afuera de la reunión; que no nos pidan café porque ser mujeres implica que podemos servirlo; que no seamos quienes capturan los acuerdos en la computadora, quienes se ocupan de que las citas se cumplan y quienes sirven de memoria colectiva para anticipar y resolver.

Cada día me convenzo más de que es realmente histórico que una mujer en México pueda ser Presidenta. Estoy convencida de que esto no sólo generaría una transformación en nuestro sistema político, sino también en nuestras relaciones familiares y culturales. Estoy convencida de que la agenda feminista no es la única forma de promover cambios en la realidad cotidiana de las mujeres. Creo que la llegada de mujeres al poder, cambia el poder y el creer de todas las demás mujeres. Me gusta todavía más la idea de que una mujer capaz pueda llegar a serlo, una mujer que se deja orientar, pero que tiene la fuerza de decidir.  

Hace algunos años acompañé al que entonces era mi jefe a acuerdo con el Presidente. Esperábamos en la Sala Blanca de Los Pinos, cuando el mesero le trajo su bebida de costumbre. “¿Ya le ofreciste algo a ella?”, preguntó mi jefe al mesero señalándome, “nunca sabes si puedes estar hablando con una próxima primera dama”, alcanzó. “¡O una futura presidenta!”, reviré rápidamente y hasta incómoda me sentí con el planteamiento. Y la verdad es que sí quiero vivir en un país en donde sea igual de factible ser primera dama que ser Presidenta. Un país en donde mi género no determine mis alcances. Y, por todo esto, en esta elección, yo voy Josefina.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

que buen articulo, te felicito!!

Anónimo dijo...

El espíritu crítico con el que la autora se califica a sí misma es selectivo. La auto complacencia es evidente. Sólo una muestra: la transparencia a la que se refiere, ¿Alcanzó para explicar el enriquecimiento de Fox, de la Sahagún y sus hijos? Y alcanzó también para explicar el súbito tránsito de Nava de clase dinero a pequeño burgués, con departamentito en Polanco? Es cierto, el poder no sólo los iguala, saca lo peor. La cercanía obnubila la inteligencia y la capacidad crítica,

Patricia Iturbide dijo...

Si ya estaba convencida,ahora ya no tengo la menor duda de que JOSEFINA si es la mejor opcion!!! Muy buen articulo.. Felicidades y ojala algun dia tu tambien llegues a ser la Señora Presidente...(porque no se dice Presidenta)

Anónimo dijo...

Demasiados adjetivos, mucho sentimiento y pocos argumentos. Se ve como la típica egresada del ITAM que se siente salvadora de la patria por trabajar en Sedesol y que piensa que ya con eso combate la pobreza (es que, que feo, ¿no?, eso de ser pobre y así).

Que pérdida de tiempo haberlo leído.

Anónimo dijo...

¿¿"Se ve como la típica egresada del ITAM"?? Que tristes son los prejuicios.

Necesitamos personas íntegras dentro del sistema político, como necesitamos aire y agua.
Si todas las personas que trabajan en SEDESOL (y, ¿por qué no? en el resto de organizaciones gubernamentales) trabajaran con integridad y se mantuvieran firmes en sus principios e ideales, en efecto, salvarían la Patria.


Nota- "La presidente" o "la presidenta", ambos son ya términos aceptados.